Cuando llegué a Manaos fue sin ninguna expectativa, tenía una ruta planificada por todo Brasil y esta era la primera parada. Teníamos reservada una ruta de 5 días en barco por el Río Negro y el Archipiélago de Anhavillanas. Nos instalamos en el barco y a partir de ese momento todo empezó a ser mágico. Visitamos el bosque encantado, llamado así porque en esta época del año, sus árboles de 9 metros de altura estaban completamente inundados por el agua, las copas era lo único que se veía en el exterior creando un efecto espejo en las aguas calmadas que te trasladaba a otra dimensión.Practicamos la pesca de la piraña, para hacer una suculenta cena en el barco. La hora ideal para pescar pirañas es al atardecer, un hilo de pescar enrrollado en un corcho y con la carnaza que habías colocado en el anzuelo no tardabas ni un minuto en notar los ataques repetitivos y ansiosos de estos hambrientos peces carnívoros. Lo normal era pescarlas de color rojo, pero según dicen los índigenas si por casualidad pescas una de color amarillo, la suerte te acompaña, a lo Starwars.
Otra de las cosas que no olvido, es el «silencio interrumpido» durante la noche en la cubierta del barco. Las interrupciones no eran más que los gritos de la multitud de animales nocturnos que despertaban durante la madrugada. El griterío era de impresión. Era difícil identificar de que animales se trataba, porque los oyes, pero claro, no los ves. Una sensación de película. Un escenario de misterio que dificilmente puedes comparar con nada. Es como estar escuchando la sinfonía de la vida. Y es por ello que una noche dejamos el barco siguiendo el canto de las sirenas y fuimos a dormir entre la vegetación, una hamaca atada a dos árboles, una hoguera improvisada (con tarántula incluida) y un chupito de ron. Solo os digo que tal cual: dormí con las botas puestas. Esa noche no la olvidaré jamás, miraba tumbada en la hamaca hacia la copa de los árboles y a medida que avanzaba la noche, la sinfonía de ruidos cambiaba. A cierta hora de la madrugada empecé a ver luces que sobrevolaban por encima de mí. Luciérnagas! Ese momento me transportó a alguna película de Walt Disney, creo que ví a Campanilla, y sin drogas!
Otra experiencia que no olvidaré llegó al día siguiente cuando fuimos a visitar el árbol sagrado de los indígenas, el arbol de la feminidad, una ceiba milenaria llamada Samauma. Sus hojas perennes las utilizan tradicionalmente para hacer una infusión que bebían las mujeres para potenciar su fertilidad.
Una vez allí, hice una foto que casualmente mostró un reflejo curioso que os dejo al pie de este escrito. Lo más interesante que es que esta ceiba ha sido sagrada para otras culturas, los Mayas ya la veneraban y en algunas zonas de África también. Que cada cual saque sus propias conclusiones.
Yo solo puedo decir, que el Amazonas me enamoró.